jueves, 26 de abril de 2007

Crispadores y mentirosos, el juego del poder

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Es difícil comprender por qué mecanismos las personas atienden a lo que no quieren y se decantan por lo que menos le conviene. El "genio y figura" se erige como el señor de las conciencias, aunque ésta nos pique hasta límites insospechados y así, como se está mejor muerto que ser sencillo, nos va como nos va. La corrupción del sentido democrático - espécimen en vías de extinción -, hunde sus raíces en el escarnio de la opinión contraria, tan necesaria y tan sana en cualquier estado de derecho que su sola ausencia convierte democracias en oligarquías teocráticas, y donde cualquier posibilidad de cambio es percibida como un ente demoníaco empeñado en sacarnos de nuestro natural y paradisíaco estado de sumisión. El juego sucio se nos antoja, en estos tiempos sin sentido, como la estrategia palmaria para hacerse con el poder, con la pasta y con las cándidas conciencias de los españoles. No usarlo es admitir la derrota de antemano, o al menos, eso piensan, y casi siempre han llevado a cabo, los ahora ocupantes monclovitas.

Mentir y echar el muerto de las mentiras al contrincante se ha convertido en el deporte nacional, cuya sede es ni más ni menos que el Palacio de la Moncloa y ministerios adjuntos. Si crispar encabeza la lista de los más horribles atentados contra la democracia, dónde queda pues la corrupción, el intervencionismo económico, los conciliábulos alevosos, la propaganda partidista de los fondos públicos, la acaparadora razón de estado sobre los medios de comunicación, el apoyo nada tácito a declaradas dictaduras que violan desmesuradamente los derechos humanos de ellos y ellas. Defender los valores que nos inculcaron nuestros padres, empíricamente valiosos, se ha convertido en un delito peor que permitir que un asesino declarado, ilegalmente excarcelado y no arrepentido pasee escoltado por las calles de San Sebastián, ¡¡Pobre De Juana, abyectos españoles!!

La gente ve nada o poco de los escabrosos detalles de la política, porque la única política que le interesa al que no conoce ni se le ha enseñado, es la política de la economía de su cartera, de cómo llegar a fin de mes y de cómo embarcarse con los bancos para disfrutar quince días en Marina D'or. Y como España es más amiga de la imagen que del razonamiento, las voces de la crispación sólo son atendidas desde la positividad de quien la acusa de antidemocrática, sin preguntarse porqué se crispa, porqué se denuncia, porqué se alza la voz, porqué se protesta, porqué se sacan banderas españolas a la calle. Ya se sabe, lo único que importa es meter el dedo en la llaga del recuerdo y hacer creer a los no saben, que el águila de san Juan sobrevuela de nuevo nuestras cabezas. No nos extrañemos más, éste es el juego del poder y nosotros somos las fichas.

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