Una sociedad del bienestar dirigida por mandamases del "porque yo lo valgo" deviene sociedad de buenos y malos, sociedad del sentido común invertido, en definitiva, una sociedad donde las fantasías adolescentes del amor se convierten en realidad a costa del sacrificio de las voces discrepantes y de todo aquel que simplemente desee vivir en paz.
Los cantos de sirena que sólo habitan en las cabezas de estos dirigentes que nos ha tocado comprender, porque ellos lo valen, están llevando a la sociedad española a dos destinos claros y palmarios. Uno, a la obligación de tolerar todas las acciones del Gobierno y adláteres, acatándolas y a concluir que las cosas no pueden ser de otro modo, como si en los grados de perfección, el Bonum divino no tuviese más lugar que la mente del Presidente del Gobierno de la todavía España que conocemos. Otro, a la imposibilidad legal de poder cambiar las cosas como resultado de la libertad eficiente de la que poco a poco nos vamos alejando los españoles. Algo así como la imposición fáctica de lo que más nos conviene y la necesidad de no poner en duda aquello que nos otorgan como privilegio, cuando, en realidad, somos más esclavos de nuestra propia desidia y conformismo.
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