
¿Cómo es posible que se defienda con efusión la libertad, los derechos y el pluralismo cuando se acomete todo lo contrario? Porque la libertad queda manipulada desde el propio curriculum base y su diseño, negando la posibilidad de elección de la educación que se quiera. Se niegan también los derechos de los padres y de los profesores en pro de una falsa libertad de los alumnos a los que se les concede una madurez para decidir que no poseen. Se niega el pluralismo y la posibilidad de la formación de un pensamiento personal al ofrecer los contenidos desde un punto de vista único, omitiendo aquellos que no son considerados adecuados o importantes.
A este respecto, la asignatura de religión queda, no ya devaluada, sino desgajada por completo de los planes de estudios y de la vida de los centros docentes. Mientras, las cátedras laicistas de estos centros quedan henchidas de satisfacción porque ya no tendrán a ese duro rival en la carrera del proselitismo adolescente.
Dejar a la religión sin ser computable y sin alternativa es el último paso para su desaparición absoluta, y con ella el elemento discordante en una educación que crea seres sin profundidad personal y sin mecanismos para el autodesarrollo. Porque, la fijación contra la asignatura va en consonancia con su importancia y su capacidad de ofrecer una forma sensata de ver el mundo y de vivir en él. El mismo "acoso" a los profesores que imparten la religión no es sino la prueba de que es necesario anular toda reacción contra el adoctrinamiento al que se somete a los alumnos en la escuela pública. Y esto queda patente con la creación de la "Educación para la ciudadanía", otra religión de medio pelo donde la reina es la igualdad de género y la implantación de una "nueva" forma de pensar sospechosamente correcta.
Lo único que se le ocurre a uno es que sin la religión, la escuela pública pierde uno de sus pilares fundamentales.-Con lo fácil que sería hacer bien las cosas-. Al tiempo que le inunda un sentimiento de frustración y desasosiego que ya no conoce límites, porque ve cómo la prudencia, la mesura y la vocación docente quedan, como decía san Agustín, bajo la protección de la locura de un pacto de partidos entronizados, dueños del cetro de la libertad y la defensa de los derechos.
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