Decía san Agustín que el número de locos es tan grande, que la prudencia se ve obligada a ponerse bajo su protección. Hoy, desde esta perspectiva tan antigua como cierta hemos de pensar el grotesco episodio de la aprobación de la Ley Orgánica de Educación por parte de los que, dicen, representan a la mayoría del pueblo español. Así, una pequeña mayoría junto a las inmensas minorías nacionalistas y otros invitados a las bodas del taco y el adoctrinamiento han llevado a cabo aquello de la pluralidad cultural desde el pensamiento único. Toda una paradoja.
¿Cómo es posible que se defienda con efusión la libertad, los derechos y el pluralismo cuando se acomete todo lo contrario? Porque la libertad queda manipulada desde el propio curriculum base y su diseño, negando la posibilidad de elección de la educación que se quiera. Se niegan también los derechos de los padres y de los profesores en pro de una falsa libertad de los alumnos a los que se les concede una madurez para decidir que no poseen. Se niega el pluralismo y la posibilidad de la formación de un pensamiento personal al ofrecer los contenidos desde un punto de vista único, omitiendo aquellos que no son considerados adecuados o importantes.
A este respecto, la asignatura de religión queda, no ya devaluada, sino desgajada por completo de los planes de estudios y de la vida de los centros docentes. Mientras, las cátedras laicistas de estos centros quedan henchidas de satisfacción porque ya no tendrán a ese duro rival en la carrera del proselitismo adolescente.
Dejar a la religión sin ser computable y sin alternativa es el último paso para su desaparición absoluta, y con ella el elemento discordante en una educación que crea seres sin profundidad personal y sin mecanismos para el autodesarrollo. Porque, la fijación contra la asignatura va en consonancia con su importancia y su capacidad de ofrecer una forma sensata de ver el mundo y de vivir en él. El mismo "acoso" a los profesores que imparten la religión no es sino la prueba de que es necesario anular toda reacción contra el adoctrinamiento al que se somete a los alumnos en la escuela pública. Y esto queda patente con la creación de la "Educación para la ciudadanía", otra religión de medio pelo donde la reina es la igualdad de género y la implantación de una "nueva" forma de pensar sospechosamente correcta.
Lo único que se le ocurre a uno es que sin la religión, la escuela pública pierde uno de sus pilares fundamentales.-Con lo fácil que sería hacer bien las cosas-. Al tiempo que le inunda un sentimiento de frustración y desasosiego que ya no conoce límites, porque ve cómo la prudencia, la mesura y la vocación docente quedan, como decía san Agustín, bajo la protección de la locura de un pacto de partidos entronizados, dueños del cetro de la libertad y la defensa de los derechos.
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