Primero fue el "despelote", después la tan laureada "movida madrileña", más tarde el "póntelo, pónselo" y ahora "Alí y sus maris...". La historia que nos toca vivir hoy es llamada por unos progreso, por otros, simplemente intromisión en las libertades personales, en la responsabilidad que tiene la familia y los padres, no el Estado, en la educación de los hijos. El Estado lo sabe, y sabe poner en marcha su tremendo mecanismo de propaganda "informativa?" para hacernos creer que lo que los dirigentes deciden, animosos por su bondad infusa e intolerante, es lo que más nos conviene.
Lo que más nos "conviene" como ciudadanos, perdidos por la funesta influencia de la religión y su dominio social, es la formación de un cuerpo ético garantizado por el laicismo, el relatismo como norma y la permanencia del propio yo como criterio último de elección y de conducta cívica. Así, el "otro" como ente diferente a la propia persona, carecerá ya de esa autoridad y esa dignidad que procuraba, hasta hace poco, que las elecciones quedasen maniatadas conscientes de que la convivencia suponía algo más que compartir simplemente un espacio.
El Estado sabe lo que más conviene a los ciudadanos porque el Estado es bueno. Lo peor de todo es que se toma su aportación ética no como un acto de servicio al que tienen derecho los ciudadanos, sino como una remuneración al acto de vasallaje que los ciudadanos han de rendir dada la autobondad del gobierno. Ese es el problema fundamental, que el Estado se cree su propio deber de proporcionar un código ético a los ciudadadanos perdidos en la amalgama posmoderna y en la influencia del pensamiento arcaico de la religión cristiana.
La nueva forma de ser ciudadanos en España consiste en repensar la homosexualidad como un estado idílico, bondadoso y hasta preferible entre todos los estados, aun más, que los estados tradicionales, los peores y más abyectos. Incluso, el uso del condón se ha erigido como el acto de libertad más extremo dentro del escueto abanico de actos que un adolescente puede manifestar dentro de su micromundo de relaciones. Porque acostarse con alguien, sobre todo, si no se tiene más de quince años, supone un acto de madurez que requiere no arruinarse la vida con un niño, sino pasarlo bien, igual de bien que cuando uno escucha música o sale con los amigos.
Los ciudadanos de hoy, los de la Educación para la Ciudadanía, están totalmente capacitados no para compremeterse, eso es de carcas, sino para pasarlo bien con seguridad. De ahí las múltiples y costosas campañas institucionales (que pagamos todos) a favor del uso del condón, admitiendo la práctica sexual como ordinaria y enriquecedora. Para lo que no están capacitados los ciudadanos es para negarse ante lo que objetivamente se les impone como obligatorio y como bueno. No están preparados para la desobediencia civil bien entendida.
La objeción de conciencia, acto de libertad frente al intento de dominio del Estado, se presenta ahora como un acto de irresponsabilidad execrable y propio de las sociedades poco "aprogresadas", incluso, y haciendo uso de la nomenclatura religiosa, un acto demoniaco digno de toda punidad, precisamente, por negar la bondad primera que hay en esa donación bondadosa de un sistema ético repleto de progreso y de respeto, pero sólo hacia unos pocos, ellos mismos, el propio Estado.
"Usa el condón, no la objeción", podría ser perfectamente el lema de la nueva asignatura, de los nuevos ciudadanos preparados ellos para disfrutar de una vida que son dos días, no una vida repleta de sufrimientos, paranoias ideológicas y conflictos morales. Es mejor usar el condón, porque la objeción supone un acto superior de elección y de convicción poco frecuente en nuestra sociedad. Sin duda, negar la objeción, contemplada en la Constitución, es otro síntoma más de su enfermedad, la que algunos poderosos se empeñan en no curar ¿por qué será?
Lo que más nos "conviene" como ciudadanos, perdidos por la funesta influencia de la religión y su dominio social, es la formación de un cuerpo ético garantizado por el laicismo, el relatismo como norma y la permanencia del propio yo como criterio último de elección y de conducta cívica. Así, el "otro" como ente diferente a la propia persona, carecerá ya de esa autoridad y esa dignidad que procuraba, hasta hace poco, que las elecciones quedasen maniatadas conscientes de que la convivencia suponía algo más que compartir simplemente un espacio.
El Estado sabe lo que más conviene a los ciudadanos porque el Estado es bueno. Lo peor de todo es que se toma su aportación ética no como un acto de servicio al que tienen derecho los ciudadanos, sino como una remuneración al acto de vasallaje que los ciudadanos han de rendir dada la autobondad del gobierno. Ese es el problema fundamental, que el Estado se cree su propio deber de proporcionar un código ético a los ciudadadanos perdidos en la amalgama posmoderna y en la influencia del pensamiento arcaico de la religión cristiana.
La nueva forma de ser ciudadanos en España consiste en repensar la homosexualidad como un estado idílico, bondadoso y hasta preferible entre todos los estados, aun más, que los estados tradicionales, los peores y más abyectos. Incluso, el uso del condón se ha erigido como el acto de libertad más extremo dentro del escueto abanico de actos que un adolescente puede manifestar dentro de su micromundo de relaciones. Porque acostarse con alguien, sobre todo, si no se tiene más de quince años, supone un acto de madurez que requiere no arruinarse la vida con un niño, sino pasarlo bien, igual de bien que cuando uno escucha música o sale con los amigos.
Los ciudadanos de hoy, los de la Educación para la Ciudadanía, están totalmente capacitados no para compremeterse, eso es de carcas, sino para pasarlo bien con seguridad. De ahí las múltiples y costosas campañas institucionales (que pagamos todos) a favor del uso del condón, admitiendo la práctica sexual como ordinaria y enriquecedora. Para lo que no están capacitados los ciudadanos es para negarse ante lo que objetivamente se les impone como obligatorio y como bueno. No están preparados para la desobediencia civil bien entendida.
La objeción de conciencia, acto de libertad frente al intento de dominio del Estado, se presenta ahora como un acto de irresponsabilidad execrable y propio de las sociedades poco "aprogresadas", incluso, y haciendo uso de la nomenclatura religiosa, un acto demoniaco digno de toda punidad, precisamente, por negar la bondad primera que hay en esa donación bondadosa de un sistema ético repleto de progreso y de respeto, pero sólo hacia unos pocos, ellos mismos, el propio Estado.
"Usa el condón, no la objeción", podría ser perfectamente el lema de la nueva asignatura, de los nuevos ciudadanos preparados ellos para disfrutar de una vida que son dos días, no una vida repleta de sufrimientos, paranoias ideológicas y conflictos morales. Es mejor usar el condón, porque la objeción supone un acto superior de elección y de convicción poco frecuente en nuestra sociedad. Sin duda, negar la objeción, contemplada en la Constitución, es otro síntoma más de su enfermedad, la que algunos poderosos se empeñan en no curar ¿por qué será?
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Archivado en Educación y Ética
3 comentarios:
Excelente entrada. Es curioso como cuando a un progre le aprietas en el tema de la decadencia social que vivimos te niega una y otra vez la validez de la palabra compromiso. Una persona comprometida es un peligro en potencia.
El único consuelo que tendremos cuando el Islam arrase Europa --que lo hará-- será ver como se callan todos los giliprogres, como coBardems que son.
Muy buena entrada.Estos se pasan por el forro el derecho constitucional de los padres a que sus hijos reciban la formacion moral de acuerdo a sus propias convicciones y lo hacen porque no creen en la familia como institcion idonea para hacer progres a sus hijos.
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