La cosa está peor de lo que se podría pensar, porque el gobierno socialista, unido a una gestión institucional nefasta, ha provocado intencionadamente, que la asignatura de religión quede reducida casi a la nada dentro del curriculum de secundaria. El acoso contra esta asignatura, dada la imposibilidad legal de suprimirla de un plumazo, se centra, fundamentalmente, sobre el profesor de religión.
Este profesor, licenciado como todos, a diario es vilipendiado por la empresa que le paga, es ninguneado por la administración pública y muchas veces negado por sus compañeros de trabajo, simplemente, por ejercer su labor docente.
El sustento del profesor de religión y su familia, que también la tiene, depende de unos alumnos acostumbrados al regalo y a la apatía escolar. Unos alumnos que no están dispuestos a estudiar, a comprender, a conocer, a superarse, en un esfuerzo certero por claudicar de su propio futuro y que saben, por experiencia, que elegir la alternativa a la religión supone una hora de inmunidad escolar. Ésta es nuestra educación. Y nuestros alumnos, nuestros hijos, no son los actores sino sus víctimas. Quede claro
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Pero si el profesor de religión carece de horquilla horaria, de la que todos los docentes disfrutan, entonces, su sueldo depende de la valentía de unos padres y unos hijos que siguen eligiendo la asignatura. Si los alumnos no marcan en la matrícula la religión, y no porque no les guste, el profesor se queda literalmente sin trabajo, o con la mitad del mismo.
Y esto el alumno lo sabe. Y esto el alumno lo usa muchas veces en su favor para tener a su merced, precisamente, la auténtica profesionalidad del docente de religión, como si fuera una amenaza tácita a largo plazo. Así el profesor se deberá preocupar más de lo bien que se lo pasan los alumnos en sus clases en vez de si se forman y crecen como han de crecer los alumnos de secundaria.
Si la asignatura es imposible de suprimir, al profesor, entonces, no se le reconocen los derechos de todo trabajador. Las profesoras que esperan un hijo no tienen derecho a la baja maternal, los mayores de 55 años no tienen derecho a la reducción horaria pactada para todo el colectivo docente, al profesor de religión se le niega su propia antigüedad como trabajador y no le son reconocidos sus trienos ni sus sexenios con la consiguiente reducción salarial. El profesor de religión recibe sus pagas extraordinarias clamorosamente reducidas, no le son pagados los días reglados por la extinción de contrato, no tiene la posibilidad de tener tutorías, no le es reconido su propio departamento de religión con lo que la dotación económica derivada de tal reconocimiento queda dirigida para otros menesteres "más educativos".
Si la dignidad del profesor de religión como docente queda reducida a la ausencia absoluta, en base a que su labor principal pasa a ser cómo no quedarse sin trabajo el curso siguiente, -por muy bueno que sea o por muy profesional que sea-, unido a la imposibidad de vivir dignamente con tales salarios, el profesor de religión termina por abandonar y buscarse la vida como pueda. Y como la vida no perdona, ganan los que pretenden suprimir la asignatura como bandera de su idiotez ideológica o su mala leche conceptual. Por eso las cosas están peor de lo se podría creer y mucho peor de lo que se cuenta en este texto. Lo digo por experiencia, heridos de muerte.
1 comentarios:
Solo hay un dios y se llama Rodríguez el Traidor.
A el debemos nuestra existencia y el nos la puede j*der cuando quiera... y aún sin quererlo, que así son los del P$o€.
Heil Zapa!
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