El primer signo de que la obsesión laica contra la religión es anticonstitucional, antidemocrática, dictatorial y racista, es la instauración de la ideología propia del gobierno en el seno de la escuela pública. Su alarmante y expeditivo modus operandi sería respetable si no proviniese de los conceptos ideológicos que forman las siglas del partido que gobierna. Este gobierno deviene dictatorial cuando, en vez de garantizar y respetar la opción social de los ciudadanos a los que se debe, impone sus propios conceptos ideológicos retóricamente y burdamente barnizados de bien ético.
La obsesión laica es antidemocrática en cuanto que es capaz de definir lo que es bueno y lo que es malo desde su óptica conceptual sin dar pie a la opción pública de los ciudadanos. Así, la libertad queda reducida al ámbito de lo privado y sus derechos fundamentales convertidos en una pantomima constitucional propia, cómo no, de los estados totalitarios. Nadie habla aquí de la instauración del catolicismo, sino de todo lo contrario, de la convivencia armoniosa de todas y cada una de las opciones religiosas, políticas y sociales. Ésto es lo que debería defender cualquier gobierno electo tenga las siglas que tenga. Por eso, el Gobierno que gobierna no es democrático.
Perseguir la supuesta inmadurez intelectual que provoca la religión en la escuela no es más que el signo evidente de una ignorancia institucional que no busca la paz, sino el odio y la división. Y todo, porque la obsesión laica contra la religión sólo es plausible desde la destrucción de las opciones contrarias a sí misma, nunca desde la tolerancia y la convivencia, por mucho que nos quieran vender la moto.
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Hace un año en El Gorrión:
La defensa del español (29 de noviembre de 2005)
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La sencilla hipótesis de la Constitución (4 de diciembre de 2005)
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