El camino de la reforma de educativa, o habría que decir de la desmesura doctrinal, sigue su curso implacable frente a la masiva protesta de la mayoría de la gente cuerda de este viejo y cansado país.
Mientras que unos se dedican a intentar pintar un cuadro políglota y solidario como sea, otros con nocturnidad y, diríamos también, con alevosía intentan llevar a cabo el latrocinio de la promoción personal juvenil y del nivel cultural de aquel país donde una vez nunca se ponía el sol.
Los adeptos del régimen atentan, no sin cometer escarnio, contra los que aún conservan el seso en su lugar y su corazón no se empezado a agrietar por la maldición del poder. Para ellos, las protestan anti-LOE, se enervan como un ejército dispuesto para la batalla, alentados por los estandartes y las cruces, por los señores feudales del signo de la gaviota y por los curas, tan anticlericales como ellos mismos.
Siguen defendiendo lo indefendible, esto es, el holocausto de los jóvenes (y las jóvenas, como diría más de uno y de una), mientras que Montilla, ante los ministros de competitividad de los 25, defiende nuestra lengua, la del Quijote y la de Bodas de sangre, en catalán. La defensa de los derechos de todos los españoles por fin se han puesto sobre la mesa de Europa y, por primera vez, un ministro español se expresa en catalán. Una gran victoria. Una más.
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