La resaca de las elecciones catalanas ha dejado a muchos en la estacada y a otros con esa cara de falsa ilusión del que dice vencer cuando, de verdad, se sabe vencido. Pero lo bochornoso del asunto no es la vorágine informativa de los comicios, ni siquiera las imágenes de todos los líderes celebrando los resultados con cava catalán, y por supuesto, ni el intento de hacernos creer a todos los españoles no catalanes que esas elecciones tienen mucha importancia para el resto de España, en cuanto que son termómetro de no sé qué elecciones munipales o generales. Lo realmente bochornoso del asunto no es otra cosa que la permisividad y aceptación del discurso catalanista, del país catalán, de la nación catalana y de los países catalanes en su conjunto. Aprobado el estatuto, los dirigentes catalanes, comenzando por el solapado PP, y terminando por las siglas más radicales, no han hecho más que decirnos al resto de España que ellos son ciudadanos de otra nación que aspira al rango de Estado, a la autodeterminación desmesurada y a la autofinanciación, aunque lo último habría que verlo. Y todo este discurso es aceptado en toda España sin tapujos y sin críticas, sin análisis y con esa cara de siervo resignado del que se calla por ignorar el valor de sus palabras y sus actos.
La calidad informativa dio paso a la tácita bajada de pantalones tan de moda hoy en España y que tan buenos resultados está dando. Y esa grandioso despliegue informativo de las importantísimas elecciones catalanas se convirtieron ayer en un insulto a la dignidad de todos los españoles como pueblo y como nación, más o menos aborregada, de la que sólo se habla cuando se trata de la solidaridad (económica) entre las diferentes comunidades autónomas.
Quién ganase las elecciones es lo de menos, por mucho que digan lo contrario, porque la única que perdió ayer fue la nación española aceptando palmariamente el fastuoso discurso nacionalista de Cataluña, un país rendido ante el poderío de otro, independiente del resto del mundo e inteligente para aprovechar la propaganda de Madrid, como les gusta llamar a España.
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Hace un año en EL GORRIÓN:
La farándula del estatuto (3 de noviembre de 2005)
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