Federico Jiménez Losantos ha sido sentado en el banquillo de los acusados porque Alberto R. Gallardón ha escenificado la pantomima de una libertad que él mismo intenta manipular. Por eso, resulta grotesco que las instancias judiciales, símbolo de democracia y libertad, sean usadas por un político para que un locutor incómodo quede signado con la marca del banquillo y no pueda ejercer el derecho fundamental a la libertad de expresión.
La valentía de unos pocos contrasta con la cobardía propia de los que, unidos, se creen invencibles y con la obligación moral de imponer a todos lo que está bien y lo que está mal. Porque el concepto de democracia se ha desvirtuado ya tanto en el PP, que da risa escuchar a algunos tachar de lo que sea a otros, máxime si el vocero intuye que se va a quedar sin tajada porque el presi Rajoy o el ancestral Fraga tienen a mal considerar non grato a un discípulo que no les defienda a capa y espada, aunque más con la espada.
La situación que sufre el PP no se refiere a los principios o a los cambios pretendidos dentro del partido, aunque éstos se vean inesperadamente envueltos. El único problema que existe en el PP es un problema de ambición y de poder. Soraya por su lado queriéndo hacernos ver que ella está más pendiente de Zapatero que de agradar a Rajoy, Feijoó, impresentable camaleón donde los haya, diciendo huevo con la boca cerrada, Camps tocando las palmas con Arenas, que no renuncia a los andaluces, dice él, Sirera, muy cerca del presi, a los suyo con Nebrera, Aguirre sí pero no, Soria jugando con el móvil, y todos los que quedan ocupados en cómo no quedarse en la puñetera calle después de veinte años sin hacer otra cosa, y es que ninguno se apellidan Rato, y mucho menos San Gil.
Al igual que el papel de la selección española en el europeo de Suiza, el congreso del PP, me da exactamente igual, porque ni reuniones, ni comités nacionales han servido para nada. El dichoso congreso sólo servirá para marcar más las diferencias entre los adoptados y los apartados, crear un partido ávido de poder que renuncia a su propia identidad, abierto al diálogo interesado con el PSOE y los nacionalistas, y que ningunea a sus militentes de modo exageradamente ofensivo. En definitiva, lo que se pretende con esta crisis es crear un partido patético, un partido más, lleno de personajes patéticos, de principios patéticos y como único fin alcanzar el poder. Bochornoso espectáculo del cuál no cabe más que avergonzarse, porque, de todos modos, sólo unos pocos tienen voz, y los demás la fama.
1 comentarios:
Yo ya no conozco a ese partido que un día existió y fue grande, descanse en paz el PP.
Saludos
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