sábado, 25 de febrero de 2006

Entre "eones" y "gases naturales", nosotros.

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Entre "eones" y "gases naturales", los nacionalistas separatistas siguen pidiendo más y más, como decía la canción. Y mientras ETA sigue haciendo de las suyas, de terroristas como antesala inminente del principio del fin de su fin, ahora parece que moralmente no se puede usar el nombre de las víctimas como arma política, ni defensiva ni arrojadiza. Incluso hasta el punto de olvidarlas y abandonarlas a su suerte, porque ya saben, cuando el Presidente se empeña en algo lo lleva hasta el final del final. Con esa sonrisa bobalicona del que cree que ha hecho algo importante.

Así, convirtiéndose España en la finca particular de unos pocos y en el edén del "todo a cien", el sentido común del respeto y la tolerancia deviene pila alcalina que alimenta toda ansia vampírica y chupasangre del que hacen gala y honor los enjabonados ministros, su (nuestro) Presidente, el tripartito cuatrero, los del gas y la silenciosa Iberdrola, los de la Caixa y su como sea, los islamistas-con-sus-derechos, los no-vencidos terroristas de la no-vencida ETA, los peneuvistas, Chaves y su Andalucía libre de la segunda modernización, los sindicalistas aspirantes a no serlo, los del bng, todos los que echan pecho cuando se escondían acojonados un 23 de febrero de hace 25 años y hasta los peperos que envidian el neoprogresismo cateto de muchos.

Mientras, los que fundamentalmente nos preocupamos de cómo llegar a fin de mes, percibimos que los sueldos son inferiores a la época de cuando el Guerra decía aquello del cinturón. Pero, el progreso es una realidad en España, sobre todo, en el apoyo a los museos y a la política de los matrimonios gays y la tan correcta "Educación para la ciudadanía".

Firmaremos el apoyo al referendum, iremos a la manifestación en favor de las olvidadas víctimas del terrorismo, pero no nos podemos olvidar de que nuestros hijos han de ser educados en su barrio, en su lengua, y no queremos que quieran ser famosos a costa de los cascarrillos de los demás.

En definitiva, entre eones y gases naturales, que no se olviden, estamos nosotros, que tanto nos gustan las tapitas del bar y tan poco lo que hacen en silencio con nosotros esos que se sientan en la Moncloa y todos los demás. Lo peor es que, persiguiendo nuestra salud, también acaben prohibiéndolas.

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