domingo, 18 de diciembre de 2005

LOE, el fracasado éxito de la libertad

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Definitivamente la LOE ha desplazado el papel educador de la familia en pro de la tutela del Estado y de la asunción de responsabilidades en todo el proceso educativo. Por mucho que se quiera maquillar la labor de profesores y padres en este proceso, es el Estado el que designa, arbitra y dirige el recorrido educativo desde los primeros comienzos hasta el final del viaje educativo. Todo ello queda manifiestado como ejemplo nada baladí en las concentraciones de los sindicatos de estudiantes contra la LOE, arguyendo que esta ley defiende, ante todo, los presupuestos de la derecha y de la enseñanza concertada, sin contar con el mayoritario apoyo a la enseñanza religiosa en la escuela pública. La estupidez y el adoctrinamiento dan como resultado una serie de monigotes que repiten todo aquello que se les dicta desde las esferas aspirantes a ser gente importante, sin que los primeros sepan poner en práctica uno de los elementos fundamentales en la enseñanza, los criterios de juicio y el consiguiente posicionamiento razonado.

Cuando se confunde libertad con control todo lo que se creía conseguido adquiere el dramatismo de la ausencia de la propia voluntad y de la imposibilidad de dar marcha atrás en un camino que ya está casi terminado. El verdadero valor de la LOGSE se ha hecho presente en forma de fracaso cultural y social, porque pocos jóvenes han sabido ver qué les estaban haciendo y cómo las herramientas para su promoción social y personal habían brillado por su ausencia absoluta. La LOGSE a condenado a miles de jóvenes a ser parte del montón, a lo que hay que añadir el resurgente optimismo de los padres de los noventa frente a la ley de educación que iba a suponer el no va más de la modernidad, superados los años de adoctrinamiento nacional que ellos mismos vivieron.

Quince años después los resultados son patentes y las soluciones ausentes, porque la medida propuesta por la LOE para desterrar el fracaso escolar de las escuelas es, precisamente, obviar la palabra "fracaso" de los planes de estudio y de la propia ley. Al igual que en Europa, el éxito consiste en matizar la información y tergiversar los resultados, ya que de poco sirven los análisis que sólo unos pocos entienden, pero que todos sufren.

Crear división en las competencias sobre educación otorgando visiones que nada tienen que ver las unas con las otras no es la mejor concesión para la calidad de la enseñanza, porque en las diferencias no siempre está la riqueza. Lo mismo que el aprendizaje significativo, relleno de miles de páginas de pedagogía, no siempre persigue la promoción de los educandos, sino la condena a su única visión social. La negociación de los contenidos con los alumnos no siempre hace justicia a una educación de calidad, porque ni alumno ni profesor están al mismo nivel, ni el alumno conoce las reglas de una educación bilateral donde el profesor se convierte en esclavo de las bases cognitivas y sociales del alumno. Esto provoca que el agujero del fracaso sea cada vez más profundo, y no al revés.

Para que la negociación de contenidos con los educandos fuera efectiva habría que reconsiderar todo el sistema educativo, porque lo importante no es la aportación del profesor, su experiencia y cualificación, sino los ínfimos conocimientos de los alumnos que dan por sentada su razón de modo indiscutible. Así, la labor del profesor y la autoridad del mismo queda gravemente mermada, y en el trabajo de campo que significa estar en un aula con jóvenes de la ESO, lo que más importa es el cumplimiento de la ley y de los derechos de los alumnos que, a su vez, desconocen sus deberes.

Considerar, pues, la educación como un servicio público del Estado, es condenar a los jóvenes, a los padres y a los profesores al olvido en la tarea de educar y en la recíproca experiencia de crecer dentro de la sociedad.

Cuando se mezcla ambición y estupidez resulta el absurdo de las relaciones humanas. Nada que decir cuando ésta combinación procede de las instituciones públicas y otorgan como buena cada decisión y cada ampliación de su propio ego mandatario. Pero nada, esta es nuestra ley y la del Gobierno de Zapatero, cuyo único pensamiento es la promoción de los españoles, pero que no es más que el fracasado éxito de la libertad.

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