Cuando algún sábado por la tarde vemos alguna película de esas de colegios y de alumnos indómitos y descarados con un profesor que al principio va de idealista y que al final se gana la confianza y el amor de sus pupilos, y hasta les salva la vida, nos ponemos a pensar en la belleza y la satisfacción de la enseñanza, y en lo bonito que sería poder dar clase en alguno de estos centros olvidados de la mano de Dios y de la Administración. La escuela, hoy por hoy, nada tiene que ver con esas películas de "qué bonito es enseñar".
Aunque las ocho leyes de educación promulgadas en veinte años sean perfectas en el papel, persigan la educación integral del alumno, le capaciten para la inserción segura en el mundo laboral, procuren la madurez ética, la concienciación de ciudadanía responsable y la aceptación respetuosa de otras culturas, razas y religiones, lo cierto es que los resultados al final de la etapa de secundaria (donde se forma la personalidad del alumno) no tienen nada que ver con lo que pretenden dichas leyes y sus creadores, y los que nos la meten a todos los demás entre pecho y espalda.
¿Qué decir de una escuela donde se premia a los que no estudian pasándolos de curso sin haber abierto un libro? Un chico o chica pueden llegar a cuarto de ESO sin haber aprobado una asignatura porque no se puede repetir dos veces el mismo curso. Pero esto es lo de menos.
Hablar de valores forma parte del pasado, hablar de conciencia ética pertenece a los libros, el respeto por los demás pertenece al olvido, los profesores pertenecen a la clase de personas que no merecen ni la pena echar cuenta, y no hablemos de los derechos, sobre todo, de los alumnos, que los tienen todos porque ellos lo valen.
La escuela actual crea seres sin escrúpulos acreedores de un egoísmo feroz que sólo tiene en cuenta sus propios intereses, unos ciudadanos que no saben que conviven con más personas, jóvenes que se creen con todos los derechos pero que están incapacitados para comprender los derechos de sus semejantes, personas débiles en un mundo de competición y que sueñan con modelos de vida que jamás podrán alcanzar para caer en una frustración fácil de controlar... ¡Oh, That´s the question! Fácil de controlar, en definitiva, personas a las que durante su juventud y su formación se les ha incapacitado para saber ver, observar, juzgar y actuar.
Parece que estamos hablando de Un mundo feliz, y no de las personas íntegras y formadas que pretenden nuestras leyes, y de las que salen en las películas de colegios marginales y de profesores estupendos. Y la cultura del "porque yo lo valgo" no nos otorga ni el beneficio de la duda ante las generaciones que nos seguirán y a las que, en el fondo, tanto queremos.
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